Andrés Capelán - Bar Sobia

(LO ÚNICO EN LA VIDA QUE NO SE PARECIÓ A MI VIEJA)

EPISODIO 1 / ILUMINACIONES

Uno vive la vida viendo una misma palabra, sumido en su ignorancia, sin darle mayor importancia, cualquiera sea la circunstancia. Y así día tras día, mes tras mes, año tras año, década tras década, y aunque parezca raro, hasta siglo tras siglo (a mi me ha pasado eso tanto antes, en el siglo XX como ahora, en el siglo XXI). En fin, la cosa es que a veces, de repente, algo sucede: un destello en la noche oscura de su mente (hablo de la mía, en la suya no sé lo que pasa, si es que pasa algo). ¿Una estrella fugaz? ¿Una luciérnaga? ¿La Estación Espacial Internacional? ¿Un Ovni? ¿Una cañita voladora? No, no, nada de eso, estoy me-ta-fo-ri-zan-do. Hablo de un rayo de sabiduría, de un relámpago de entendimiento, de un refucilo de comprensión lectora que a veces cae de repente en el medio del desierto de su cabeza (sí, de la mía ¿entendió o voy a tener que seguir explicándolo todas las veces?), una iluminación, una revelación, una epifanía que le hace a uno ver el mundo y sus cosas de manera distinta a cómo lo y las venía viendo hasta ese momento.

Así me pasó el otro día, charlando con el Toto, el Tito y el Tato en el boliche del Polaco, un pelirojo grandote, analfabeto pero muy luchador, que bautizó a su expendio de bebidas “Bar Sobia”. Allí estábamos, los guarangos de siempre, como por la quinta vuelta de Lija, cuando en TN Noticias, entre la lista de las 18 quinielas que tienen allá y la lista de los litros de sangre que se habían derramado ese día en la conurbano bonaerense, el locutor dijo no sé qué cosa del ex ministro de economía argentino, Roberto Lavagna. Y ahí mismo comencé a reírme y reírme y reírme y no podía parar y el Toto y el Tito y el Tato me miraban y no entendían nada (porque por un general yo soy un tipo muy serio) y al final me tuvieron que pegar una trompada para que parara. Y paré. Sacudí la cabeza, me froté el mentón, los miré, y me volví a tentar pero me aguanté porque aunque el Tito me había largado un uppercut de los suavecitos, igual me dolía.

Los tres me miraban callados y no se animaban a preguntar por qué me había venido ese ataque de risa. Pero yo igual les contesté: ¿No se dan cuenta? ¡Ese tipo se llama Pizarrón! ¡Pizarrón en italiano se dice Lavagna! ¡Roberto Pizarrón! ¿Se dan cuenta? ¿Se dan cuenta? ¡La Lavagna, il gesso e il cancelino! ¡Juasss! ¡Il gesso serve a scrivere sulla lavagna e il cancelino a cancelare! ¡Juasss!. Bueno, por suerte el Toto, el Tito y el Tato son tipos muy perspicaces y se dieron cuenta de la importancia y la trascendencia de mi iluminación y no me pegaron más y hasta empezaron a reírse ellos y al final nos tentamos todos y nos matámos de la risa los cuatro y el polaco miraba y no entendía nada pero estaba loco de la vida porque la risa nos había dado sed y el Tato mandó otra vuelta de Lija.

En fin, que de allí para adelante se desató salvajemente nuestro entendimiento y comenzamos a descubrir juntos otras maravillosas maravillas del nomenclátor universiadano. El segundo que se iluminó fue el Tito, quien demostrando que por algo vive en la calle Francia y poniendo cara de la carga que un amperio transporta cada segundo, espetó serio: ¿Y ustedes saben cual es el perfume que usa Sonia Breccia? Los otros tres nos miramos desconcertados, miramos al Tito, que seguía con la cara de Culombio, y nos volvimos a mirar, y el Tato se me acercó y me dijo bajito: Éste está más loco que vos, está... ¡Gil! –le gritó jodiendo el Tito que lo había escuchado– no sabés nada...¡Analfabestia! ¡Sonia Breccia usa “Chanel Nº 5”! Y se quedó tan serio que empezamos a matarnos de la risa y otra vez no podíamos parar... ¡Co-có Cha-nel! ¡U-nacaga-dae-secanal! –hipó el Toto mientras se resbalaba de la silla y caía despacito al suelo.

Pero el Tito siguió serio y nos preguntó otra pregunta: ¿Y a que no saben ustedes cual es la ciudad más dulce del mundo? preguntó de nuevo el Tito, serio, otra vez, preguntó. ¡Noooo! –coreamos los otros tres a trío. ¡Sucre! –respondió el Tito retorciéndose de la risa en el asiento, pero riéndose bajito para adentro, como el perro Pulgoso, que es como se ríe el Tito después del quinto vaso de vino. No le voy a decir que a esa altura, de reirme me dolía hasta el hígado, porque ya no tengo, pero bueno, me dolía hasta el pabellón auricular, que eso si tengo por partida doble y en perfectos estados, En fin, que para intentar ponerse a tono, el Tato hizo el chiste viejo ése de que la ciudad de Pelotas no debería estar en Brasil sino en Bolivia, que el río Misissippi no debería desembocar en el Golfo de México sino en el Lago Titicaca, y que cuando él era chico creía que el Misissippi y el Orinoco eran el mismo río, y que uno era el nombre popular y el otro el nombre académico. Bueno, ¿qué le va a hacer? El Tato es buen tipo y nos reímos igual para que no se sintiera menos, que la soberbia es mala consejera.

Ahí fue que desde abajo de la mesa el Toto pidió la palabra y dijo: Yo he descubierto algo muchísimo más importante. Y sin esperar a que le preguntáramos qué era, esputó y espetó: La mayoría de los nombres de los países del mundo terminan en “ia”. Sólo eso. Los otros tres miramos al vacío (al vaso vacío) y mientras le pedíamos otra vuelta al Polaco, empezamos a hacer una lista mental: Polonia, Rusia, Rumania, Bulgaria, Grecia... bueno, que a la altura de Turquia ya nos dimos cuenta de que iba a ser una lista muy pero muy larga y la dejamos por esa y lo palmeamos y lo felicitamos al Toto por su perspicacia. El Tito permanecía callado, como pensando, y lo miramos y se dio cuenta y nos dijo: No... estaba pensando que España antes era Hispanía y que Portugal era Lusitania, y que Inglaterra era Anglia... Y ahí el Toto le tapó la boca y le dijo: Tá Tito, ya está. ¡El Tatito soy yo, Toto! –dijo el Tato mientras el vino se le derramaba por la comisura de los labios. Pero el Tito masculló un último nombre bajo las cinco butifarras derechas del Toto: MfgSanmfgtamfgLumfgcía!!! Y ahí nos volvimos a matar de la risa.

Nos servimos otra vuelta y entonces dije: ¡Pido permiso señores! ¿Sos el tango? –preguntó tentado el Tato. Ignorándolo, me puse de pie, y en el vaivén no desaparecí, sino que dije: ¿Se han dado cuenta de que de todos los continentes que flotan sobre el magma del planeta, el único que tiene nombre masculino es el Asia? Silencio en la noche. Primero los tres mirándose las manos, contando con los dedos, y luego los tres, uno a uno, estrechando mi diestra y felicitándome solemnemente. ¡Y eso no es todo! –agregué entusiasmado. ¿Se dieron cuenta de que EL satélite de EL planeta LA Tierra se llama LA Luna, y que los dos (¿o las dos? ¿o el uno y la otra?) giran alrededor de EL Sol, que es UNA estrella? Fue ahí que el Polaco (que aunque no entendía qué cornos era lo que nos hacía tanta gracia, sí sabía lo que le había puesto al vino) empezó a baldear el piso de portland con agua con creolina. Entonces dejamos de aplaudirnos, nos levantamos, pagamos y nos fuimos cantando “A la Violeta” abrazados por la calle como en Zorba el Griego y la gente nos miraba y no entendía nada porque la ontología y la filología no son para cualquiera. ¿Vio?
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EPISODIO 2 / EL POLACO Y YO

“Sigbasé, señog Tete...” –me dice siempre con una sonrisa socarrona el polaco Kowalski cuando me sirve el capuchino con plantillas todas las mañanas. Gracias, Kowalski –me vengo yo (no, del verbo “venir” no, del verbo “vengar”), porque así como el polaco malinterpreta el motivo por el que me dicen “El Tete”, él no se llama Kowalski. Le decimos así porque su apellido verdadero es impronunciable (uno de esos con noventa por ciento de consonantes de las del final del abecedario), y su primer nombre no condice con su profesión (se llama Lech ¿se imaginan a un bolichero que se llame Lech?). Entonces, por piedad, le empezamos a decir Kowalski, que es como se llaman todos los polacos que aparecen en las películas de Hollywood y a él le gustó y entonces le seguimos diciendo así.

Y el me dice “señog Tete” y se ríe, porque como entiende poco el español (lo poco que entiende son cosas de relajo) y no mira televisión; no sabe que a mi me llaman así no por lo que él imagina (obviamente relaciona mi sobrenombre con la angustia oral y/o con la obsecuencia, por así decirlo ¿para qué abundar?), sino porque me parezco mucho a un conductor de televisión que tiene ese apellido. Bah, sí, ¿por qué no lo voy a decir? Me pusieron ese mote porque soy igualito a Fernando Tetes. Los motetes del Toto, el Tito y el Tato, en cambio, vienen de antes, y sin dudas que esa cacofonia pre existente ha de haber influído al momento de elegirme mi mote a mí, que llegué último y no tenía.

Yo, al Tato y al Tito ya los conocía de antes. Al Toto no, al Toto lo conocí en el boliche del polaco, y fue él el culpable de motejarme como “El Tete”. Protesté, intenté reflotar el infantil mote de “Polo” que usaba mi madre cuando gracias a Admunsen y a Peary la palabra se puso de moda (supongo) pero no tuve suerte, fue peor. Así que desde ese día soy el Tete. Y el polaco Kowalski me lo dice y me mira y se ríe, el muy bocho podrido, se ríe. A mi me da bronca, pero hago como que no, porque si le fuera a dar bolilla, terminaríamos agarrándonos a las piñas y el polaco es grandote.

Vino en un barco, hace como 10 años, y se metió en un piringundín y se emborrachó y las minas le sacaron toda la guita y el barco se fue y él todavía seguía durmiendo la mona y cuando se le pasó el barco se había ido y anduvo viviendo en la calle unos días y después se puso a trabajar de changador en el puerto y un día entró en el boliche de una gallega que había quedado viuda y a ella le gustó el polaco y al polaco le gustó la gallega y se juntaron y le cambiaron el nombre al boliche y la gallega dejó de trabajar y se pasa todo el día comiendo bombones y mirando televisión mientras el polaco atiende el boliche y son felices para siempre o hasta que otra mina u otro tipo los separe. Y el polaco me dice “Sigvasé señog Tete” y se ríe y vaya a saber qué piensa de mí, pero yo hago como que no me importa y mojo las plantillas en el capuchino y pienso qué sabia que es esa cultura milenaria, que además de inventar los fideos y el papel y la imprenta, inventó también el café con leche con espumita.
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EPISODIO 3 / EL TITO SE QUIEBRA

El Tato y el Toto no son tontos. El Tito tampoco, pero cuando se mama, se pone un tanto tontito (lo que no quiere decir que no sea un buen muchacho, eso es distinto). ¿Así que me pongo un poco tontito? –me dice el Tito, que leyó lo que acabo de escribir. ¿Y vos, en-ton-ces-có-mo-te-po-nés? ¿Ton-tete, Te-te? –agrega silabeando de-te-ni-da-men-te. ¿Ves como tengo razón? –le-con-tes-to-yo. Y además: ¿qué tenés que andar leyendo lo que escribo? –le recrimino haciendo como que me pongo serio. Tenés razón, para las pavadas que escribís, no sé para qué te leo, no sé –me contesta, y se va para el baño.

El Tato y el Toto siguen jugando al pool por la ficha sin darse por enterados. Kowalski le bajó el volúmen al partido de fútbol que –como siempre– están pasando en la tele y que –como siempre– nadie mira; y puso la radio, en la que –como siempre– están meta pasar reclames que –como siempre– nadie escucha. Pero atención, parece que no es tan así. Miren al Tito volviendo del baño hecho una furia, gritando: ¡Kowalski! ¡La-pu-ta-que-te-pa-ri-ó! ¡Apagá esa radio antes que te la tire por la ventana, apagá! –dijo y se le fue arriba al polaco que pegó un salto y apagó la radio de apuro. ¿Que pasagh? –preguntó el polaco que está convencido de que todo buen extranjero debe conjugar en infinitivo. Los diptongos no se separan, Tito, se silabea pa-rió, no pa-ri-ó –le dije yo, y el Tito entendió porque me repitió la misma oración lentamente y esta vez bien silabeada.

El Tato y el Toto abandonaron el pool y se vinieron al humo. Estagh pgohibido fumagh señogh Tete –me dijo el polaco a mi, que con los nervios me había olvidado de lo malo que era el tabaco y había prendido un pucho. Agarraron al Tito y lo sentaron a prepo en la mesa y le preguntaron qué carajo le pasaba que estaba armando tanto escándalo con la radio: ¿Qué carajo te pasa que estás armando tanto escándalo con la radio? –le preguntaron a dúo al Tito el Tato y el Toto. ¿No lo escucharon? ¿No lo escucharon? –repetía el Tito mientras inclinaba la cabeza y se la agarraba con las manos como si se le fuera a caer. ¿Lo qué no escuchamos? –preguntó el Tato. Eso, ¿que es lo que no escuchamos? –preguntó el Toto. Yo no pregunté porque ya me parecía una exageración.

El Tato y el Toto miraban al Tito esperando su respuesta, y yo también. El reclame ese de los chorizos... –dijo con voz lastímera el Tito. ¡Me tiene podrido! ¡Me tiene podrido! –gimoteó al borde del llanto, siempre con la cabeza gacha. El Tato, el Toto y Yo nos miramos a los ojos, hicimos un poquito de memoria (un poquito nomás, mismo) y nos dimos cuenta de que no era que el Tito se hubiera vuelto loco. A nosotros también nos tenía podridos ese reclame de chorizos que provocan adicción con el que empiezan todas las tandas de algunas radios. ¡Pero Tito! No te podés poner así por eso –le dijo el Tato. Si te vas a empezar a quebrar por esas cosas vas a tener que irte a vivir a una isla desierta –le dijo el Toto. Kowalki, serví otra vuelta acá –dije yo, y mientras palmeaba al Tito para darle animos, adentro de mi cabeza iban y venían las estrofas del jingle bell de los chorizos esos (“los prueba una vez, los prefiere siempre”) que ya juré no volveré a comprar por el resto de mi vida no porque tema volverme adicto a ellos sino como castigo por repetir hasta el hartazgo mismo esa cantinela insoportable ramplona vulgar y mal versificada y casi enloquecer a mi amigo el Tito. Que si hay gente mala en el mundo, esos son los publicitarios. “Los prueba una vez, los prefiere siempre” ¡¡yo te voy a dar!!


EPISODIO 4 / FLOR DE DIVAGUE

El Polaco prendió la radio y apareció el otro polaco recitando un tango: “Era más blanda que el agua, que el agua blanda”, afirmaba y reiteraba Goyeneche en la calurosa tardecita invernal. Si, si, “era más fresca que el río naranjo en flor” –se adelantó molesto el Tato. ¡Qué lo parió! No puedo con ese tango, no puedo y no puedo –agregó obviamente también el Tato, que era el único que podía agregar algo porque había sido el único que había hablado. ¿Qué problema tenés, Tatito? –preguntó el Toto. Sí ¿Qué drama tenés con ese tango? ¿No te gusta? –preguntó a su vez el Tito. El Tato me miró a mí, pero como yo ni miras de mover la boca, los miró a ellos y les contestó: No, sí, me gusta, me gusta, lo que pasa es que no lo entiendo...

¿Qué no entendés? –le preguntó el Toto, que es el más sabio de nosotros y le gusta hacer gala de ello. La letra, Toto, la letra –contestó el Tito, y agregó: Mirá que le doy vueltas y vueltas y no puedo entender como una tipa puede ser “más blanda que el agua”. ¿No se dan cuenta de lo terrible que sería eso? ¿La tipa desparramándose por todos lados? –explicó el Tato, mientras un escalofrío lo recorría de pies a cabezas. Entonces el Toto lo miró canchero y le dijo: Pero Tato, eso es una metáfora, el autor lo que quiere decir es que la tipa era tierna. No, Toto, no –le replicó el Tato. Si hubiera querido decir que era tierna hubiera dicho algo así como que “era mas tierna que el durazno, que el durazno tierno”, por ejemplo. En cambio, el tipo dice que era blanda. Una cosa es “tierna” y otra cosa muy distinta es “blanda”. Y si vamos al campo de lo metafórico, el termino “blanda” aplicado a una persona significa “falto de carácter, cobarde, floja, pusilánime”, así que tampoco me gustaría una mujer así –concluyó el Tato.

El Tito salió a la vereda a fumar un cigarrito porque no estaba entendiendo un comino lo que decía el Tato. El Toto se puso caviloso. Apoyó en la mesa su codo y tomó su pera con su mano derecha, mientras con los dedos de la otra mano (la izquierda) tamborileaba en la primera (en la mesa, claro). Yo quise aportar algo, y les recordé que Naranjo en Flor es un tango greco-romano, pues ha sido compuesto por Homero y Virgilio, dos hermanos que antes vivían en Pócitos, pero el Tato y el Toto me miraron como para matarme y decidí callarme la boca y escuchar y aprender. ¿Sabés que tenés razón? –dijo el Toto como si preguntara pero afirmando. Porque además, más adelante habla de un “dolor de vieja arboleda”... ¡Eso! ¡Árboles que sienten dolor! ¿Te das cuenta, Toto? ¿Te das cuenta? ¿Viste como tengo razón? A ver: qué explicación metafórica me encontrás para eso. ¿Eh? –sonrió triunfante el Tato mientras el Toto se daba cuenta de que no había explicación posible para esa metáfora antropomórfica.

Y más aún –agregó entusiasmado– fijáte que en la parte del medio el loco entrevera todo el fluir de la vida cuando dice que “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”. ¿Te das cuenta? Si, me doy –dijo el Toto, y agregó: en todo caso, el orden correcto sería “amar” - “partir” - “sufrir”, o “amar” - “sufrir” - “partir”, pero nunca “sufrir” - “amar” - “partir”... no cierra. ¿Y qué me decís de lo de “andar sin pensamiento”? –insistió el Tato. Será que está hablando del Alzheimer, dijo el Tito que ya había terminado el cigarrito. El Tato y el Toto hicieron como que no lo escucharon y yo también, para no ser menos. A mi lo que me preocupa más es esa interrogante que se hace el autor de “¿Qué le habrán hecho mis manos, qué le habrán hecho? ¿Es que también era amnésico el tipo? –aporté yo. Nos quedamos todos pensando un rato largo, hasta que el Toto giró en su silla y le dijo a Kowalski: Ché, Polaco, poné Oldies, poné. Y el polaco hizo caso y entonces comenzaron a sonar los acordes de Lucy en el Cielo con Diamantes y sonreímos y nos pusimos a hablar de otras cosas.
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EPISODIO 5 / LA ÚLTIMA COPA

Un boliche como tantos, el Bar Sobia. Una mesa como hay muchas, ésta en la que estoy sentado en esta tarde de diciembre. Humedad... Llovizna y frío... Mi aliento empaña el vidrio azul del viejo bar en el que un chiquilín mira de afuera, la ñata contra el vidrio. Pego una palmada en el vidrio y el chiquilín pega un salto y sale corriendo como esas cosas que nunca se alcanzan. Siempre que llueve, el que viene corriendo es Cacho Castaña, buscando la barra eterna de Gaona y Boyacá; y Marcial, que aún cree y espera, siempre le dice que se equivocó de boliche y de ciudad, que estamos en Montevideo y que éste no es el Café La Humedad sino el Bar Sobia y que la única barra eterna que hay acá es la de Pérez Castellano y Sarandí y que mejor que la esquive que le van a robar el Rolex y el Cacho se va con la cabeza gacha de vuelta para el Buquebús y siempre que pasa eso me prometo dejar de tomar y me pregunto por qué los dioses del Olimpo permitieron que Cacho Castaña escribiera tangos...

¡Qué tarde llena de hastío y de frío! El Tato, el Tito y el Toto están demorados, y mientras tanto la garúa se acentúa con sus púas y no se ve a nadie cruzar por la esquina. ¡Un momento! Solo y triste por la acera viene aquí un tipo como con el corazón transido con tristeza de tapera. Entra al boliche y le dice al Polaco: ¡Mozo! Traiga una copa y sírvase de algo el que quiera tomar, que ando muy solo y estoy muy triste desde que supe la cruel verdad. ¡Mozo! Traiga otra copa que anoche, juntos, los vi a los dos... La mujer que yo quería con todo mi corazón se me ha ido con un hombre que la supo seducir y, aunque al irse mi alegría tras de ella se llevó, no quisiera verla nunca... y el tipo seguía y seguía y el Polaco lo miraba feo porque no le gusta que le digan Mozo. Él es Kowalski para los amigos y Patrón para los desconocidos. Mozo, nunca.

Lo miré al polaco y con los ojos le hice la seña de “no te calentés, servíle nomás que es un rayado más, además, mandó la vuelta para todos... ¿entendés o te lo explico más?”. El polaco entendió la seña, sonrió, y se puso a llenar vasos y copas. Un whisky escocés del más caro para el recién llegado, un vaso de vino para el Tato, otro para el Tito y otro para el Toto (que iban a llegar en cualquier momento), una caña para un tipo que estaba sentado en el fondo, y un vodka sin hielo y sin agua para él. Todo doble. Yo le hice seña de que me sirviera un Jerezano sin hielo, y el polaco también me lo sirvió doble.

En eso, el tipo que estaba sentado en el fondo, alzó la voz y dijo: “Si un hombre pa'tomar un trago e'caña precisa la traición de una mujer, no es hombre, no se cura, no se engaña. ¡Es maula p'al sufrir y p'al perder!.” ¡A la pelotita! El silencio se adueñó del boliche (el polaco le había puesto mute a la tele para escuchar mejor), y todos los ojos se dirigieron hacia el recién llegado, hasta él se miró, en el espejo con el reclame de Americano Gancia que tenía enfrente. Pasaron los segundos, y nada. Todos seguíamos mirando al tipo, esperando... y nada. Al fin, el tipo, sin dejar de mirarse en el espejo, carraspeó, se acomodó la corbata, se quitó las pelusas de las solapas del saco, estiró las mangas y preguntó: “Y usted, amigo ¿por qué toma?”

Ahí todos los ojos se dirigieron hacia el otro tipo, el del fondo, menos los del tipo del fondo, que seguía mirando al otro tipo (al primero) y sin dejar de mirarlo dijo: “Yo tengo bien templado el de la zurda no tomo p'aguantar un tropezón, yo tomo porque sí... ¡De puro curda! Pa'mi es siempre buena la ocasión”. Otro silencio, otra vez las miradas clavadas en el recién llegado, la tensión creciendo y creciendo y creciendo. El aire podía cortarse con una sandía, pero no había ninguna porque todavía no era la época así que quedó espeso como estaba, no más. Los dos tipos se miraban como midiéndose, el del fondo midiendo al recién llegado, el recién llegado midiéndose a sí mismo en el espejo.

El tipo del fondo era un albañil que venía todos los días de cobro, con unas manos que parecían las de la campaña por la despenalización del aborto, incluso por el color porque se ve que había estado cargando ladrillos. El recién llegado era un alfeñique de 44 kilos antes de conocer a Charles Atlas, el inventor de los mapas. Y en eso... en eso se oye la voz de una nena: "¡Papá, vamos que mamá te llama!..." Y el albañil se tomó la caña doble de golpe y se fué más rápido que ligero, sin mirar al otro tipo, que –sin dejar de mirarse al espejo– dijo otra vez: “¡Mozo! Traiga otra copa y sírvase de algo el que quiera tomar.” Y el polaco sonrió, porque justo en ese momento entraban el Tato, el Tito y el Toto.
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EPISODIO 6 / TIEMPO DE VERANO

Muchos años después, frente al pelotón de la vuelta ciclística, el polaco Lech Zbreszynzkii había de recordar aquella tarde remota en la que se le acabó el hielo. Ni al Tato ni al Toto ni al Tito ni a mi nos importó demasiado, pues estábamos tomando cerveza, y nacional. Pero le mirábamos la cara al polaco y no podíamos evitar un sentimiento de angustiada conmiseración. Porque a pesar de su aspecto tosco, su modo de ser rústico, su mal manejo del idioma castellano, la desatención para con su vestimenta, y su proverbial desapego por la higiene corporal, el polaco tenía sentimientos.

El episodio ocurrió a fines del siglo XX, una tórrida tarde de verano en la que el mercurio del termómetro trepó a los 41º. “La temperatura rompió la barrera de los 40º”, decía la radio, y nos imaginábamos a la calor abriéndose paso a piñazos y a patadas, escalando la escala de los gradientes con garras y dientes, desparramando mercurio para todos lados y provocando una epidemia de saturnismo.

Pero en el Bar Sobia no había termómetro y por eso todo estaba tranquilo, no volaba ni una mosca. Es que el polaco había acabado de baldear el piso con Fluido Manchester (el boliche había quedado con olor a laboratorio pero bueno, moscas no había). –Me lo ghecomendó un tambegho –decía el Polaco, parco pero orgulloso, a todo aquél que le preguntaba por el líquido mágico que convertía a aquél boliche en el único lugar sin moscas de todo el Barrio Guruyú. Y luego sonreía y se ponía a mirar para otro lado como para que no le preguntaran más. Y si le insistían, se limitaba a preguntar: –¿El señogh qué va a tomagh?

El caso es que con tanta calor, al repartidor de hielo se le había terminado el idem, o sea el ítem, y por esa propiedad transitiva propia del capitalismo mercantilista, también se había terminado el hielo en el supermercado y en la estación de servicio y en el almacén y en todos los comercios dependientes y/o subsidiarios, como por ejemplo en el Bar Sobia. Esa tórrida tarde finisecular, seguro que el hielo solo sobrevivía en los congeladores de las heladeras de las casas de los vecinos que estaban en otro lado. Luego nos enteramos que lo que provocó la escasez fue un cortocircuito que provocó un pequeño incendio que provocó un corte de luz que provocó la detención de la máquina que fabricaba hielo en el Frigorífico Modelo.

El empedrado ardiente se adivinaba detrás de la cortina de tiritas de plástico multicolores que cubría la puerta. A medida que el sol daba más de lleno sobre ese costado de la construcción, el boliche se iluminaba de rayos verticales y amarillentos que dejaban ver innumerables partículas de polvo. Nosotros bebíamos silenciosamente nuestra cerveza en el rincón más fresco del establecimiento, debajo del ventilador de techo que movía cansinamente sus aspas, y jugábamos a la Escoba del Quince, que es muda, porque no nos daban las fuerzas para un Truco.

Es que nadie hablaba ni quería hablar. Si no hubiera sido porque estábamos jugando a la Escoba del Quince en lugar de al Poker, hubiera jurado que estábamos en el condado de Yoknapatawpha. Eso pensé, pero nada dije, porque hubiera tenido que explicar qué cornos era eso, y –como ya dije– ninguno teníamos ganas de hablar (y además no me gusta mandarme la parte).

El caso es que cada nuevo cliente que entraba al boliche era una nueva angustia para el Polaco. Sudaba –pobre Kowalski– no sólo del calor, sino además del temor que le producía la idea de que el parroquiano entrante le pidiera un whisky, o un vermouth, o una caña, o cualquier otra cosa que se sirviera con hielo. Desde nuestra mesa veíamos de reojo (no mirábamos directamente al Polaco para no ponerlo más nervioso) cómo el sudor de su temor resbalaba sobre el sudor de su calor (es sabido que ambos sudores tienen distintas densidades y por eso no se mezclan), y caía en forma de prístinas gotas sobre su delantal negro y/o sobre la pileta del mostrador cuando no le daban el tiempo o las ganas de enjugárselo con el fregón.

–¡Buenas tardes! –dijo antes de derrumbarse en una silla de la mesa que estaba pegada a la ventana entreabierta que daba para el lado de la sombra el hombre que entró a las tres y media de la tarde. Le miramos, sonreímos, lo saludamos inclinando nuestras cabezas –ya dije que ninguno teníamos ganas de hablar– (si, ya sé que no se escribe así, pero estoy escribiendo como se habla) y seguimos jugando silenciosamente a la Escoba del Quince. El polaco sacó fuerzas de mejor no saber cuales flaquezas, y con voz temblorosa le dijo: –Buenas taghdes, ¿qué se va a seghvigh el señogh? Todos vimos el aliviado y sonriente resucitar del Polaco cuando el hombre dijo: –Una cerveza tres cuartos bien fría, por favor.

Yo sonreí y pensé: ¿de donde cornos habrá sacado Gershwin eso de que en el verano la vida es fácil? Eso pensé, pero nada dije, porque hubiera tenido que explicar qué cornos era eso, y –como ya dije– ninguno teníamos ganas de hablar, y además no me gusta mandarme la parte (por lo menos en el boliche).
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